Vino & Literatura
- Cláudio Giordano
- 17 ago 2021
- 4 Min. de lectura

El libro El Cáliz de Letras - Historia del vino en la literatura es una obra viva y hermosa de Miguel Ángel Muro Munilla; rico en contenido e imágenes, con erudición y amenidad, nos muestra un amplio panorama de autores y obras que tomaron el vino como elemento de sus reflexiones y arte. Hojeándola, nos encontramos con la breve pero incisiva referencia que hace el autor a la destacada escritora contemporánea Marguerite Yourcenar (1903-1987), refiriéndose a su elogiado y difundido por el mundo, Memorias de Adriano.
Miguel Ángel Munilla dice que el texto de l’autora francesa refleja bien las costumbres romanas en la mesa, ya que la buena documentación empleada para la sólida y atractiva reconstrucción del pensamiento, la vida y la época del estoico emperador hispánico da paso a páginas como las que se reproducen a continuación, en el que Adriano deplora el cambio de sus conciudadanos, que pasan — muy influidos por el descubrimiento de la cocina asiática — de la frugalidad y sobriedad de los platos a las excesivas complicaciones.
Nostálgico del comportamiento griego, Adriano se expresa de esta manera a través de la pluma de Marguerite:
“Comer demasiado es un vicio romano, pero yo fui sobrio con voluptuosidad. Atracarse los dias de fiesta ha sido siempre la ambición, la alegria y el orgullo naturales de los pobres. Amaba yo el aroma de las carnes asadas y el ruido de las marmitas en las festividades del ejército, y que los banquetes del campamento (o lo que en el campamento valía por un banquete) fuesen lo que deberian ser siempre: un alegre y grosero contrapeso a las privaciones de los días hábiles. En la época de las saturnales, toleraba el olor a fritura de las plazas públicas. Pero los festines de Roma me llenaban de tal repugnancia y hastio que alguna vez, cuando me creí próximo a la muerte durante un reconocimiento o una expedición militar, me dije para reconfortarme que por lo menos no tendría que volver a participar de una comida. No me infieras la ofensa de tomarme por un vulgar renunciador; una operación que tiene lugar dos o tres veces por dia, y cuya finalidad es alimentar la vida merece seguramente todos nuestros cuidados. Comer un fruto significa hacer entrar en nuestro Ser un hermoso objeto viviente, extraño, nutrido y favorecido como nosotros por la tierra; significa consumar un sacrificio en el cual optamos por nosotros frente a las cosas. Jamás mordí la miga de pan de los cuarteles sin maravillarme de que esse amasijo pesado y grosero pudiera transformar-se en sangre, en calor, acaso en valentia. Ah! Por qué mi espíritu, aun en sus mejores dias, solo posee una parte de los poderes asimiladores de un cuerpo?

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